REFLEXIONES FEMINISTAS

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Cómo sobreviví a un psicópata narcisista

Eran finales de febrero de 2020, estaba por entrar a un entrevista en Meganoticias para hablar del Paro Nacional de Mujeres. La mujer que iba entrevistarme era Natalia González, a quien conozco desde el momento que nací, me invitó a esperar en su camerino y mientras terminaba de alaciar su cabello estuvimos platicando.

Ella estaba estudiando la psicopatía narcisista y como quien acaba de descubrir el fuego, empezó a contarme sobre una relación que la acercó al tema, cómo lo había detectado. Sin saberlo, ella estaba contándome una historia que yo ya conocía, hasta citando las palabras exactas que yo había escuchado, pero que no sabía nombrar.

Escapé del cementerio para entrar al manicomio

Tenía poco menos de un mes que había dejado las llaves de mi antigua oficina en el escritorio de mi jefe, mis ataques de ansiedad y de pánico no me dejaban trabajar debido a un accidente automovilístico del que me le escapé a la muerte. Necesitaba descanso y ayuda profesional, pero también necesitaba dinero. Así fue como llegué a ese pequeño bar, cerca de mi casa, a ofrecer mis servicios de publicidad. Me convencí de que ese entorno sería mucho más tranquilo que llevar tres clubes nocturnos a la vez y me senté en esa mesa donde lo conocí una tarde a finales de 2015.

El “almagemelismo”

Esa tarde se volvió madrugada, unas chelas nos acompañaron y lo que empezó siendo una plática sobre el negocio, terminó sintiéndose como el encuentro de viejos amigos. Hablamos de muchas cosas, entre ellas de nuestras ex parejas, por qué no funcionó con esas personas. Una de sus ex trabajaba con él, yo no podía hacer eso, para mi terminar era terminar. Él me explicó que sólo se termina de tajo cuando uno siente algo de verdad y que en ese caso no era así, que no hubo amor, sólo una amistad que se confundió en algún punto. Me hizo sentido.

Me contrataron y empezamos a trabajar. Siempre he sido muy entregada a mis proyectos, trabajar sin horario y sin descanso era usual para mí, por eso rápidamente me vi sentada con él hasta que se hacía de día en el local. Éramos los primeros en llegar y los últimos en irse. En esas madrugadas, la planeación venía con pláticas profundas, chistes, confesiones y música. Nos volvimos muy cercanos, la mejor mancuerna, el mejor amigo.

El bombardeo de amor

Todo fue muy rápido, de repente, esa amistad tan increíble que estábamos construyendo mutó a coqueteos: Me celeba, me protegía, me acompañaba. Yo necesitaba ese lugar seguro y aunque en un principio no lo pensé como pareja, no se me hacía ilógico.

Y así llegó el primer beso, en ese mismo local, durante una de esas madrugadas. Un par de días después me descubrí hablando con mi mamá sobre él, recuerdo haberle dicho “creo que encontré al hombre con el que pasaré el resto de mis días” y decidí invitarlo a mi casa. Mi mamá estaba extrañada, nunca había pasado eso con ningún otro, no pasaban de la puerta. Siempre he sido muy reservada con mi vida familiar, pensé que tal vez mi error en relaciones anteriores era ese miedo que me daba dejarlos entrar a lo más profundo de mi vida y ya no saber cómo sacarlos o salirme. No quería crear recuerdos con nadie en mis espacios más íntimos, pero con él se sentía diferente, demasiado bueno para ser verdad.

Cuando me di cuenta dormíamos juntos todas las noches y por el día nos íbamos a trabajar, encajábamos perfecto y recuerdo pensar que nunca nadie me había visto como él me veía a mí. Me gustaba cuidarlo y sentirme cuidada por él. Le conté todo de mí, él me contó muchas cosas también, ahora no sé si todo sea cierto. Estaba completamente enganchada.

El aislamiento

No convivíamos con sus amigos, tampoco le gustaba convivir con los míos, como pasábamos gran parte de los días juntos tardé en darme cuenta, hasta que me vi sola en una mesa mientras él estaba en otra rodeado de su gente. Explícitamente no me prohibía acercarme, pero definitivamente todo cambiaba si yo me acercaba, no podía integrarme a su círculo. Me mantenía ajena. Una noche me arreglé para alcanzar a mis amigas en otro bar, saliendo de mi turno iría con ellas, él me dijo que me veía hermosa y cuando era momento de irme me pidió que no lo hiciera, que me quedara con él. Me quedé y así, poco a poco, él se convirtió literalmente en mi todo, en lo único.

Quien solía ser mi mejor amigo llegó a la ciudad para visitar a su familia. Nunca voy a olvidar esa noche donde estábamos sentados en mi comedor, tomando una cerveza y le propuse presentarlos. Su “no” fue tajante, quise convencerlo, “ni siquiera lo conoces y ya le pones las cruces” le dije y me respondió: A él no lo conozco ni lo quiero conocer, porque te conozco a ti y no sé quién es la persona que está sentada frente a mi en este momento. Me quedé fría, pero decidí ignorarlo.

Años después sus amigos y yo empezamos a llevarnos, fuera de su control, nos entendimos muy bien, nos agarramos mucha confianza y cariño. Hasta que decidí señalarlo como mi abusador. Cuando volví a conectar con mis amigos, estaban listos para recibirme, pero tal vez no para apoyarme como lo necesitaba cuando decidí hablar.

La triangulación

Empezó a hablar de otras mujeres conmigo, empezó a compararme con otras mujeres: De esa ex novia, la que le daba tantos problemas y por eso ahora eran como extraños; de su otra ex novia que no le dio ningún problema y por eso aún le tenía aprecio, de la chica con la que salía uno de sus amigos y por qué él no debía tomarla en serio. En ese momento no entendía el aleccionamiento, lo que él quería que entendiera sobre qué sí y qué no esperaba de mí.

Era especialmente difícil sobrellevar la triangulación con el abdomen partido en dos, con una hernia enorme en el costado derecho de mi cuerpo esperando ser operada, sintiéndome más fea y débil que nunca en mi vida. Ya no sentía esa seguridad que él me daba al principio, en este periodo sentí por primera vez su rechazo, las humillaciones, se volvió constante.

La devaluación

Todo lo que me hizo pensarlo perfecto comenzó a reducir su espacio y su tiempo, empezó siendo en todo lugar y en todo momento, casi de un día para el otro, ya sólo podía ver destellos del hombre que conocí dentro de las cuatro paredes de mi cuarto, de donde no salíamos más que para trabajar. No habíamos ido a ningún otro lugar a comer algo o a tomar una cerveza, los problemas empezaron a alcanzarme en la habitación que pronto se había vuelto el único lugar donde sentía que él seguía siendo él. Pensé que necesitábamos salir de la rutina, le propuse salir a comer y me dijo que sí. Me emocioné mucho, me bañé y cuando entré al cuarto para empezar a arreglarme me dijo que ya no, que había salido trabajo. Empecé a llorar.

Uno de sus socios me ofreció la gerencia del bar, él se encargó de que se me retirara esa oportunidad. Me convenció de que era demasiado trabajo por un sueldo bajo y que no merecía eso, que lo hacía por mi bien. No era verdad, no podía permitir que yo escalara de ninguna forma en ningún lugar. No me dejó tomar esa decisión, esto también empezó a hacerse costumbre.

Nunca he sido una persona llorona, no es parte característica de mi personalidad, pero desde ese entonces lloraba todo el tiempo. “Qué chillona eres” me reprochaba casi a diario, “¿ya vas a llorar otra vez?” me decía con hartazgo. La primera vez que lloré frente a él su reacción había sido tierna y compasiva, estaba tan preocupado de haberme sacado lágrimas… eso desapareció pronto. Cuando me di cuenta pasaba noches enteras llorando en silencio, sentada en mi cama con un cuerpo dormido junto que no se inmutaba de nada. Me sentía tan sola.

El refuerzo intermitente

Cuanto más cerca estaba de reventar, de no poder más, volvía a aparecer el hombre cariñoso y comprensivo. Me abrazaba, me consolaba y me “explicaba las cosas”. Me explicaba cómo yo estaba inventando una película en mi cabeza, cómo exageraba las cosas y que me obligaba a mí misma a sufrir por situaciones inexistentes. Me confundía. Empezaron las negociaciones a las que le siguieron los pleitos, las confrontaciones, que poco a poco fueron llevándome al límite de la cordura. Las peleas empezaron a subir de tono, nos decíamos cosas muy hirientes.

La luz de gas

Nuestras peleas empezaron a ganar terreno, podían durar muchísimas horas y casi siempre eran de noche, podíamos estar discutiendo por WhatsApp toda la madrugada. “Yo nunca dije eso”, le enviaba un screen con sus palabras textuales, lo había dicho. Los mensajes pronto se convirtieron en largas llamadas, dijo que no le gustaba pelear en texto, que era mejor por teléfono porque la entonación importa al decir las cosas. Es cierto, pero también era cierto que ese era un modo en que yo no podría revisar la conversación. Me di cuenta de esto poco después y bajé una aplicación para grabar nuestras llamadas, entonces las llamadas se convirtieron en visitas, así fueran las 4:00am porque “era mejor hablar de frente”. La realidad es que era mejor que no existiera un registro de lo dicho para poder hacer el gaslighting que ejercía contra mi cada vez más seguido.

El abuso reactivo

Empecé a desesperarme, empecé a gritar como nunca le había gritado a nadie, me llevaba al límite cada vez con mayor facilidad. “¿Por qué me tratas cómo si fuera tu peor enemigo, no te das cuenta que soy la única persona a la que le importas y el único que ha estado contigo en tu peor momento?”… viéndolo en perspectiva me doy cuenta de la tortura mental a la que me sometía casi a diario en este punto, que la privación del sueño también era una herramienta para poder quebrarme emocionalmente con facilidad. Las peleas en un principio se trataban de mí suplicando que me explicara por qué las cosas ya no eran como antes y qué es lo que tenía que hacerse para arreglar todo, mutaron a que yo ya no aguantaba más sus mentiras, sus humillaciones, sus palabras hirientes, que desapareciera, que me excluyera y que después volviera como si nada hubiera pasado.

Era como vivir con el doctor Jekyll y el señor Hyde, no sabía cuál de los dos iba a tocar mi puerta, no sabía con cuál de los dos iba a despertar. Me sentía caminando en hielo delgado o en un campo minado. No puedo llegar a expresar lo angustiante y estresante que era vivir así, tampoco puedo explicar por qué seguía esperando que la sombra en nuestra relación se fuera sin querer reconocer que ya no había luz ni relación alguna. Estaba completamente sola, rodeada de oscuridad.

El abandono en momentos cruciales

Mi mamá se iría a ver a mi abuela, me quedaría sola en casa, yo no podía ir. Con mi trastorno de ansiedad a tope, lo único que le daba calma a mi mamá para hacer su viaje era él. Se lo dijo, le dijo que se quedaba tranquila porque sabía que estaría conmigo. El día que mi mamá se fue, él salió a trabajar y no volvió. Fue una noche horrorosa, no dormí, lloré mucho, no me contestaba el teléfono. Por la mañana decidí escribirle a uno de sus amigos, me dijo que él estaba bien, se había quedado dormido en casa de su ex novia. Me recuerdo a mí misma tan confundida. Llegó a casa a mediodía, yo estaba hecha un trapo. Besó mi frente y me preguntó con una sonrisa por qué tenía la carita así, me daba miedo verme como una loca celosa entonces traté de encontrar la manera más calmada para poder expresarle todo lo que había pasado conmigo anoche. Me dijo que sí se quedó a dormir ahí, pero que no había pasado nada, “¿me crees, verdad?”, yo le dije que sí. De verdad quería creerle.

El descarte

Empujé el mal trago con esfuerzos y traté de tener un buen día, él estaba de buenas y no quería arruinarlo. Había que planear la posada del bar, sería en mi casa porque mi mamá no estaba y quedaba cerca. Estuvimos hablando en la sala y de un momento a otro él me dijo que ya no debíamos estar juntos, que me veía mal, que él me hacía daño y sólo quería verme feliz. Le supliqué que no me dejara, no en ese momento, no podía dejarme sola. Él sabía no podía estar sola en casa sin que se detonaran ataques de pánico. Yo sé que él no me debía nada, pero fue especialmente cruel que tomara esa decisión a menos de 24 horas de que mi mamá se había ido.

A pesar de todo, se disculpó e insistió que lo mejor era no estar juntos por ahora y se fue. Todo el día lloré muchísimo, me mortificaba pensarme sola en casa, fue una verdadera tortura que no me alcanzan las palabras para explicar. En el chat de los trabajadores llega un mensaje: “Qué tal si mejor lo hacemos en mi casa”, era él cambiando la posada. En privado le dije que lo único que me mantenía con un poco de calma era saber que hoy por la noche no estaría sola, me dijo que yo no estaba bien y que por eso decidió cambiar la locación, que lo hacía por mi bien. Esto tampoco era cierto.

Los suministros

Acabó conmigo. Me veía al espejo y no me reconocía, me había vuelto una persona completamente diferente a la que soy, ya no tenía el combustible que necesitaba de mi. Por eso, esa noche de la posada, aunque me había dicho que lo mejor era no vernos, llegó e invitó a su ex, la que trabajaba con él. Ahora entiendo que ella también había sido un suministro que por años descartó y reenganchó, tal y como lo hizo conmigo.

Poco antes de que todo se tornara tan oscuro, un conocido me contactó por Facebook y me advirtió que no debía relacionarme con él, que su ex tuvo una relación con él y básicamente la había mandado a un psiquiátrico. Que era cruel, calculador, manipulador. Cometí el error de contárselo y me dijo que siempre le había tenido mala onda justamente por ser el ex de su ex. Le creí.

Hace poco supe que esa “ex terrible” de la que me contaba, también hizo contacto cero, también la lastimó mucho.

La transición

Esa noche quise morirme, pensé que ese era el punto más bajo al que había llegado. Estaba completamente destruida mental, emocional y físicamente. Algunos compañeros de trabajo se quedaron conmigo, trataron de hablar conmigo y hacerme entender que él me estaba destruyendo. Después de la posada supe que no trabajaría más en el bar. La operación de mi hernia se acercaba. Estaba sola.

Él y yo no estábamos juntos pero no habíamos cortado contacto. No perdía oportunidad de hacerme sentir culpable, de decirme que él quería estar conmigo pero yo no lo permitía. Seguimos en comunicación principalmente por otro proyecto en el que trabajábamos juntos. Me despreciaba pero me ayudaba, me humillaba pero me cuidaba.

El punto de inflexión

Llegó el día de la operación, fue a verme. Estaba en tantos medicamentos para el dolor que no recuerdo mucho de lo que pasó, lo que recuerdo es estar acostada en la cama del hospital, llorando sola en la oscuridad, cuando llegó una conocida para dejarme flores y encontrarme así. “Esto no es normal”, fue lo que me dijo cuando le conté que lloraba porque él se acababa de ir y habíamos discutido.

Cuando volví a casa decidí verlo, entregarle todas sus cosas y pedirle que no volviera a buscarme, necesitaba sanar. Se negó, amenacé con gritar, se fue. Me costó muchísimo trabajo no buscarlo. Una mañana desperté y tenía un mensaje suyo, él estaba en Playa del Carmen, decía que pensaba en mí.

Antes de responder decidí contactar a su ex, la que trabajaba con él, la que no había sido amor sino una “amistad confundida”. Para ella ya era una loca, qué mas daba aclarar mis dudas y saber la verdad. Me dijo la verdad y mandó un screen de ese mismo día donde él le decía que la amaba. Con ese mismo screen respondí su mensaje.

La campaña de desprestigio

Esto le molestó muchísimo, todo el día estuvo buscándome pleito. No sé con cuántas mujeres me engañó, yo descubrí siete. Todo empeoró cuando decidí hablar. Hice un post sobre la noche que fui a enfrentarlo porque me enteré de otra de sus mentiras, la peor de todas. Conté cómo esa noche el abuso se tornó físico, me tiró al piso en repetidas ocasiones, me decía que era más fuerte que yo, que dejara de luchar, hasta que me tiró a la cama, se puso encima de mí y me ahorcó. Una, dos, tres veces. Perdí la cuenta. Me rendí.

Nadie me creyó, él tenía su versión y se había encargado de que el abuso reactivo del que fui víctima fuera de dominio popular. Las marcas de sus dedos en el cuello no significaban nada, los años de abuso tampoco. Yo simplemente era una loca despechada que quería arruinarle la vida porque él ya no quería estar conmigo, la violenta era yo. El abogado al que fui me dijo que las fotos de las marcas en mi cuerpo no eran prueba de nada.

Empezó a frecuentar a personas que querían hacerme daño, los rumores sobre mí corrían a raudales, los intentos de boicotear mi vida eran constantes. Él se lavaba las manos, tenía quien hiciera el trabajo sucio, no podía manchar su imagen. “Él no hacía nada”.

El reenganche

Años después de contacto cero, de ser el chisme del pueblo, lo volví a encontrar. Era otro proyecto en el que teníamos que trabajar juntos, quise ser profesional, pero la verdad es que era más fácil hacer las pases con él y así demostrar que yo no estaba mal. Hacer las pases con él hacía que la gente me viera con mejores ojos, nadie me había creído de todas formas.

Volvimos a ser un gran equipo, muy buenos amigos, otra vez volvieron las noches de pláticas con cerveza, la música, las confesiones… me confundía bastante cómo era posible que pudiera sentirme bien siendo consciente de todo lo que habíamos pasado. Se encargó de hacerme creer que yo había sanado, que nos conocimos en momentos complicados, que éramos mejores personas ahora. Le creí.

Tenía algo de razón, yo estaba más fuerte, yo estaba sanando, yo estaba siendo una mejor versión de mí. Ya estaba inmersa en el feminismo, tal vez por eso en esa ocasión las cosas no escalaron como antes. Tal vez por eso no podía controlarme, tal vez por eso en ese periodo el bombardeo de amor era constante, hacía y decía todo lo que hace unos pocos años atrás hubiera deseado, pero yo ya no caí.

“Yo sé que sabes lo que siento, así como sé lo que sientes”, “lo que siento por ti nunca se fue, pero verte lo reaviva”. Los esfuerzos por reengancharme eran grandes, me hizo dudar muchas veces, me hizo traicionarme a mí misma en ocasiones, pero yo ya no caí.

El vínculo traumático

Se dice que las víctimas de este tipo de abusadores vuelven por lo menos siete veces antes de poder salir completamente de su control. Para mí fueron cuatro intentos, afortunadamente el último no fue tan caótico ni dramático, sin embargo, siendo totalmente honesta siento que la puerta aún está abierta.

Si lo encuentro, lo saludo, por suerte casi no sucede; a veces me escribe y le respondo, a veces le escribo yo. La última vez que coincidimos en el mismo lugar noté que mi cuerpo se tensó, las personas con las que estaba notaron el cambio en mi actitud. Confirmé que el cuerpo no miente, es cosa de conectarse con él, saber escucharlo.

El conocimiento es poder

Trato de no ser muy dura conmigo misma, reencontrarme con Natalia y que me acercara toda esta información me sirvió mucho para entender todo lo que viví y poder ponerle palabras a mi experiencia. Es muy difícil desapegarse, es difícil asimilar lo ocurrido. Es difícil dejar de creer en los recuerdos que él quiso poner en mi mente para ignorar el infierno que caminé a su lado. Es difícil contar lo ocurrido sin que suene como una locura.

Todas deberíamos saber más del trastorno narcisista, del abuso psicopático narcisista, porque las señales siempre son las mismas, el modus operandi de estas personas es de manual. No cambia, no cambian. Quise contar mi historia, porque tal vez así como cuando Natalia me contó la suya, esto resuene en alguna otra y le abra los ojos para que vea con claridad a quién tiene enfrente. También quiero recuperar el control de mi historia y cambiar todo lo que pasó cuando hablé sin saber aún de qué estaba hablando.

Hay vida después del narcisista

Aunque sigo batallando con el vínculo traumático, el EPT, la dificultad para confiar en quien sea, la hipervigilancia, mi autoestima, los pensamientos intrusivos, los trastornos del sueño, la erosión de mi propia identidad, mi trastorno de ansiedad generalizada, el sentimiento de abandono e indefensión, la sensación de soledad, vacío y una pérdida irreparable; aunque me cuesta todavía experimentar alegría en mi día a día o imaginarme en una relación a futuro, sigo informándome y animándome a hablar de esto, pues comprender este perfil me ha ayudado bastante, también irlo trabajando en terapia.

Yo pude salir.
Tú también.

Si crees que estás pasando por esto y necesitas ayuda, contacta a Natalia González a través de sus redes sociales:

Jun 28, 2023 | Feminismo

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