Introducción al Feminismo Radical: Ser feminista desde la raíz
Por Natalia Paz Amado, Feministas Lúcidas
Es complejo comenzar a explicar qué es el feminismo radical, porque no se parece a nada que ya esté definido bajo la racionalidad imperante. A grandes rasgos, podría decir que es una propuesta de mundo pensada desde las mujeres. El feminismo radical toma forma a lo largo de las generaciones de mujeres cuando se rescata la creación de conocimiento desde el ser mujer, la recuperación de lo que nos han dejado nuestras antecesoras feministas, las lecturas, las citas, los parafraseos.
No partir siempre desde cero a la hora de hacer feminismo ha demostrado ser un desafío para las feministas, porque la historia y la cultura patriarcal no solo corta los lazos entre las mujeres cercanas y contemporáneas sino que también con aquellas que antes de nosotras develaron los vicios de esta cultura masculina, borrándolas de la historia.
Evidenciamos esta cultura como masculina porque es el hombre, el cuerpo sexuado varón, quien ha moldeado a su beneficio, y en desmedro de las mujeres, todas las instituciones que componen esta sociedad. Ellos han hecho para sí una cultura que los engrandece, han definido la masculinidad y la feminidad a su antojo, adjudicando los valores y conductas que consideran superiores y “buenos” a la masculinidad, relegando todo lo considerado inferior a la feminidad.
En Feministas Lúcidas* nos referimos a esta feminidad, la definida por los hombres, y que se entiende simplemente como lo no-masculino, como “feminidad patriarcal”, mientras que aquellos aspectos que las mujeres hemos rescatado para nosotras mismas, como la expresión libre de nuestros sentires, guarda relación con una feminidad proveniente de la genealogía de mujeres, a la que me referiré más adelante.
En el feminismo radical identificamos al sistema patriarcal y su misoginia como los elementos responsables de que esta sociedad sea un fracaso. Así mismo, como responsable de la posición de las mujeres, más que cualquier otra categoría basada otros aspectos de otras opresiones, es la diferencia sexual la que ha determinado la vida de las mujeres sometiéndonos a una posición inferior y borrándonos de la historia, es la diferencia sexual la que ha moldeado al mundo tal como lo conocemos.
De la mano de las feministas de la diferencia de Milán entendemos el feminismo como el acto de nombrar aquellas cosas que hasta ahora no tenían nombre, como el sufrimiento que implica nacer mujer, nacer sin adscripción simbólica alguna, sin referentes femeninos que puedan ser nuestro nexo con el mundo, nacer en el vacío histórico y social, sin un lugar donde situar nuestra mente, porque en el patriarcado solo somos cuerpo, no mente. Estas feministas proponen seguir una genealogía de mujeres, es decir, desarrollar una relación con el mundo donde nuestras referencias sean otras mujeres, nombrar nuestro origen femenino y rechazar al orden simbólico masculino, que nunca ha pretendido nuestra participación, solo nos fagocita.
¿Cómo pretendemos desarrollar nuestra fuerza creativa si desde niñas no nos vemos reflejadas en nadie? ¿Qué mujer científica, escritora, ingeniera, artista, etc. conocemos cuando somos niñas, de manera tan universal como lo hacemos con exponentes masculinos de estos oficios?
Son todos estos vacíos los que resultan en que como mujeres solo podamos vernos con ojos de hombre, la interpretación que se nos enseña sobre nosotras mismas es la interpretación que los hombres han hecho de nosotras, y con el paso de los años comenzamos a aceptarla como una verdad absoluta. Es la interpretación masculina de las relaciones entre mujeres la que dicta que somos enemigas unas con otras, la misoginia que manifiestan las mujeres se debe en gran parte a que, borrada la genealogía de mujeres, solo nos queda aceptar a los referentes masculinos e imitarlos para llegar a ser la mujer diferente del resto de las mujeres, la excepcional, la regalona del patriarcado, o como dicen feministas de la diferencia, la figura femenina colocada en la historia masculina, pero que no permite la identificación, la única mujer en el curso de ingeniería, la única artista en el museo, la única presidenta, todas estas figuras femeninas son las elegidas por los varones para intentar ocultar la realidad: No tenemos potestad en el espacio público. Las mujeres excepcionales que vemos en estos puestos no representan al colectivo de mujeres, es más, son premiadas y alabadas por los varones por no ser como las otras mujeres, así, las separan de sus compañeras y se fomenta la misoginia entre mujeres, convirtiendo los actos de una mujer contra otras y contra sí misma, tal como vislumbraba Adrianne Rich. Sin esta dinámica pensada deliberadamente por el colectivo de varones el patriarcado carecería de sustento.
Parafraseando a Margarita Pisano, feminista radical chilena, digo: No hay nada que rescatar de la masculinidad, porque constituye la cultura de la crueldad, de la violencia, del maltrato, del abuso y del sometimiento. Es el hombre quien ha destruido el mundo, son ellos quienes encuentran placer en arrasar a la naturaleza y en alterar los equilibrios, son ellos los que maltratan y asesinan a los animales, o en su defecto los convierten en objetos serviles al único sujeto de consideración humana en el patriarcado: ellos mismos. Es nuestra tarea hallarnos a nosotras mismas, alcanzando la tranquilidad interna que significa saberse no responsable de una civilización fracasada y violenta y no responsable de arreglarla, no gastemos nuestras energías en mejorar un proyecto masculino que nació podrido. Cierto es, que por obligación hemos estado ausentes de la historia o se nos ha invisibilizado, pero las mujeres podemos transformar esta ausencia en una potencialidad de crear una cultura no unidimensional como la patriarcal, sino múltiple y equilibrada, como plantea la italiana feminista de la diferencia Carla Lonzi.
Entonces, afirmamos que la cultura masculina nos aísla de las otras, se asegura que nos mantengamos en ese lugar, afirmamos también que es el actuar y pensar feminista el que rearticula los lazos entre mujeres, pero además sabemos que el patriarcado se actualiza y busca otras formar para seguir controlando, incluso disfrazándose de feminismo.
Si el día de hoy intentamos buscar información relativa al feminismo encontraremos centenas de textos cercanos a los estudios de género, diversidad sexual, activismo trans, teoría queer, lucha de clases, etc. Siendo algunas de estas temáticas perfectamente válidas, debemos dejar en claro que no son feminismo, cualquier cosa que desplace a las mujeres como sujeto del feminismo y que no rescate ni aunque sea el más mínimo aporte de las autoras que construyeron este conocimiento, a las que, por cierto, moldean y malinterpretan a gusto, no es feminismo, es patriarcado actualizado.
Años de esfuerzo costó a las feministas posicionar la diferencia sexual, o lo que ciertas corrientes reemplazan insuficientemente con la palabra género, como un mandato patriarcal, como una imposición social pensada desde lo masculino, que sostiene a la cultura masculina que permite a los varones el máximo usufructo de ella. Años costó llegar a una conclusión tan sencilla como que no existe nada en este mundo comparable con el nacer mujer, porque si bien existen opresiones de raza y clase, grupos raciales y pobres siempre han tenido la posibilidad de estar juntos entre ellos y por lo tanto nombrar sus violencias y develarlas como estructurales, nosotras, en cambio, siempre hemos estado mezcladas con los varones, en sus espacios, bajo sus reglas, tampoco existen estudios acerca del deterioro de la personalidad femenina provocado por siglos de violencia, en cambio, si existen de estos otros grupos, lo que ha facilitado la desnaturalización de esas violencias, como expresa lúcidamente Kate Millet en su libro “Política sexual”.
Luego de que las feministas radicales, autónomas y de la diferencia sembraran estas reflexiones; que la diferencia sexual es la primera categorización de la humanidad, que constituye un mandato patriarcal construido socialmente por los varones y que las mujeres no somos lo que ellos han dicho, escrito e interpretado de nosotras, fue necesario introducir, por parte de la cultura masculina, con la agresividad típica de la masculinidad, el feminismo posmoderno o teoría queer, de la mano de autoras como Judith Butler, quien por cierto en sus textos cita a toda una gama de varones y a casi ninguna mujer, quien plantea que el género no es un constructo patriarcal sino un conjunto de prácticas rituales performativas, que dan forma a uno de muchos géneros dentro de un espectro de identidades que podemos elegir. Como si los siglos de violencia, de silenciamiento, de sometimiento, de violaciones, de femicidios, de prostitución, de exclusión, de aislamiento, no quedaran impregnados desde nuestro nacimiento en nuestros cuerpos sexuados, como si pudiésemos permitirnos ignorar a nuestras antecesoras, como si ser mujer fuera un equivalente y un opuesto al ser hombre. Todo esto constituye una quema de brujas simbólica.
“La supremacía masculina no sólo se perpetúa porque la gente no se percata de la construcción social del género o por una desgraciada equivocación que tenemos que corregir de alguna manera. Se perpetúa porque sirve a los intereses de los varones. No hay razón por la que los varones tengan que ceder a todas las ventajas económicas, sexuales y emocionales que les brinda el sistema de supremacía masculina, solo por descubrir que pueden llevar faldas.” Argumenta Sheila Jeffreys, feminista radical australiana.
Por otro lado, la ideología de izquierda también ha hecho su parte, análogamente a que los varones creen que las mujeres les pertenecemos y les debemos servicios, la política que ellos han construido postula que el feminismo y/o los intereses de las mujeres son una arista de una globalidad más importante y siempre masculina. Ni la lucha contra el capitalismo ni la dialéctica puede entregarnos soluciones a las mujeres, Carla Lonzi expresa que “Incluir el problema femenino dentro de una concepción de la lucha amo-esclavo, como la lucha clasista, es un error histórico por cuanto la mujer proviene de una cultura que excluía el punto de discriminación esencial de la humanidad, el privilegio absoluto del hombre sobre la mujer, y ofrecía a la humanidad perspectivas en término de la problemática masculina (esto es: ofrecían perspectivas solo a la colectividad masculina).
Para la mujer subordinarse al planteo clasista significa reconocer en términos semejantes en un tipo de esclavitud distinto al suyo, términos que son el testimonio más conveniente de su desconocimiento”…“en la dialéctica amo-esclavo, el esclavo puede oponerse y disputar el poder, ellos carecen de la experiencia de ser mujer y no participar de esa cultura. Carecen de radicalidad. La dialéctica es la relación del mundo humano masculino. Es la lucha de la toma del poder entre hombres.”
Más aún, si no tenemos interés en combatir en sus luchas somos catalogadas por hombres, y mujeres partícipes de su colectivo, como apolíticas, ellos no reflexionan que nuestra ausencia de sus espacios es en realidad la respuesta de quienes no nos vemos reflejadas ni aludidas en la formalidad, competencia, machismo, misoginia y pretensión de objetividad y universalidad de la política masculina. Nosotras, las que hablamos en primera persona, las que desechamos lo políticamente correcto, a las que nos gusta decir las cosas como son, las que en espacios políticos hablamos de cómo nos sentimos, las que hemos llegado a comprender por experiencia propia el peso de la frase “lo personal es político”, nacida del pensamiento de las feministas radicales Carol Hanisch, autora del texto que lleva de nombre la frase, Kate Millet y Shulamith Firestone, y más adelante cooptada por toda una gama de “feminismos” alejados de las ideas que ellas crearon y que nosotras, las mujeres feministas radicales, seguimos creando.
Para Simone de Beauvoir es posible participar de esta dialéctica cuando nos convertimos en sujeto, siendo este un postulado que ha servido de base para los feminismos liberales, para las feministas radicales y de la diferencia, no, porque nos hemos dado cuenta de que las mujeres no somos parte de esta humanidad masculina que pretende ser neutra, tampoco somos responsables de hacernos cargo de su fracaso.
No quiero implicar con esto que debamos estar en contra de las mujeres que participan en estos espacios y que intentan frustradamente hacer feminismo, pero no puedo evitar que me invada un sentimiento de desapego, qué ganas tendría de que se despojaran de la vigilancia masculina y se voltearan a ver todo lo que nos espera cuando hacemos política entre nosotras. Cómo quisiera llegar y compartir con estas “santas Teresas fundadoras de nada”, como llaman las mujeres de la librería de Milán a estas mujeres que luchan por ideales justos, pero desconocen su genealogía femenina.
Cito a la ya mencionada Kate Millet “Todo cambio emprendido sin una compresión exhaustiva de la institución que se desea modificar esta de antemano condenada la esterilidad. El patriarcado, no el capitalismo, es por necesidad el punto de partida de cualquier cambio social radical y ello no solo porque constituye la forma política a la que se encuentra sometida la mayoría de la población, las mujeres, sino también porque representa el bastión de la propiedad y los intereses tradicionales”.
Si queremos cambiar el mundo tenemos que hacerlo desde una perspectiva libre de preceptos misóginos y patriarcales, solo desde el pensar de las mujeres se puede lograr esto, no estamos apuntando a ser el complemento o la mejora de sistema ya pactado en el cual nunca tuvimos voz ni injerencia. No apuntamos a arreglar este desastre, apuntamos a realizar nuestro propio proyecto, uno feminista.
Tomando en cuenta todo lo que he expuesto hasta ahora y todo lo aprendido en feministas lúcidas, he llegado a la conclusión de que ser feminista no es simplemente nombrarse feminista, en la escena actual abunda esta confusión, pero el feminismo no es una consigna ni una ideología dentro de una gama de opciones, no es una corriente política, no es un brazo que se anexa a una ideología más grande, yo el feminismo lo siento, lo leo, el feminismo me conecta con las mujeres pensantes que crearon conocimiento alejadas de la perspectiva masculina, el feminismo son lentes con los cuales ver el mundo, no se racionaliza para que calce con el sentido común, que de por cierto es patriarcal, el feminismo, es ponerle nombre al sufrimiento de nacer mujer en esta sociedad de hombres, es hablar en lengua de mujer, es verse en otras mujeres. Todo esto solo lo podemos hacer entre nosotras, el separatismo es la apuesta política que nos permite conocernos y restaurar los lazos que los hombres han destruido, nos permite organizarnos no desde la racionalidad masculina que aparenta objetividad y que se fija metas y genera propuestas contrahegemónicas, sino desde un sentir común, desde el cariño, desde el deseo de vivir en otro tipo de sociedad que no está en resistencia ni dialéctica con la civilización masculina. Solo a nosotras nos corresponde ponerle nombre a las violencias a las que se nos somete y a nuestras vidas, si lo hacen ellos o si lo hacemos con ellos, no escaparemos de analizar las cosas bajo un halo misógino, característico de toda reflexión que no provenga desde lo más íntimo de la experiencia común de las mujeres
No queremos disputar ningún poder, no queremos participar de su lucha de un ente contra otro, no queremos adoptar sus categorías y sus clasificaciones que para nosotras siempre han significado alejarnos de otras mujeres, queremos abandonar esta civilización, porque la civilización masculina fracasó y nosotras tenemos la potencialidad de crear una más equilibrada que se guíe por valores radicalmente distintos. La palabra radical, en feminismo radical, significa “desde la raíz”, algunas pueden creer válidamente que hace referencia a arrancar al patriarcado desde su raíz, yo prefiero interpretarlo en referencia a nosotras: como el deseo de rescatar nuestras raíces, regarlas, cuidarlas, alimentar a la planta de donde nacerán las semillas de una sociedad femenina, pensada por las mujeres, donde no haya cabida a la violencia ni la competencia ni el dominio sobre ninguna otra forma de vida, el feminismo radical es fortalecer las raíces que romperán el cemento patriarcal.
*Feministas Lúcidas es un grupo autónomo de mujeres feministas radicales de la diferencia, donde he aprendido gran parte del conocimiento que me permitió escribir este texto.