Hace unas semanas terminé de ver la serie de “El cuento de la criada“, había leído hace un par de años el libro, pero sin duda la serie proporciona otra experiencia y se agradece, la recomiendo para quienes gusten de emociones fuertes. Esta historia trata de un futuro no muy lejano donde a las mujeres se les ha despojado de cada uno de sus derechos y categorizado en castas que cumplen distintas funciones para servir al proyecto de una nueva nación, que como siempre, es creada y controlada por los hombres. Estas castas, por supuesto, son con base en lo que al patriarcado le interesa de cualquier mujer: Explotar sus capacidades sexuales y reproductivas (las criadas), cumplir el rol de esposas y madres (las esposas), ser proveedoras de cuidados y trabajos domésticos (las Marthas) y el liderazgo femenino a servicio del hombre (las tías). Existe una casta más, en donde se depositaban a las que no sirven para nada de lo anterior, desterradas a trabajar en condiciones infrahumanas hasta morir y eran llamadas “las no-mujeres”.

Existen muchas escenas y líneas que me han dejado corta de aliento, pero lo que me estremece recordar es cómo la protagonista -en los vistazos a su vida anterior- reconoce no haber prestado atención a los pequeños pero sustanciales retrocesos en materia de derechos para las mujeres porque se justificaba ceder a esos “pequeños sacrificios” para lograr un bien común, que no resultaron favorables para ellas. Esto con ayuda de los medios, las instituciones y los gobiernos que manipulaban la información para que las mujeres no notaran lo que estaba pasando en realidad. Para cuando se tenían las consecuencias de frente era demasiado tarde, demasiado se había perdido y recuperarlo era básicamente imposible. En otra, los hombres se organizaban reconociendo que sin ayuda de las mujeres ese proyecto no podría ejecutarse, necesitaban convencerlas y aliarlas a ellos. Margaret Atwood -la autora de la obra- declaró que esta no es producto de su imaginación, sino una serie de situaciones que las mujeres hemos atravesado en distintas partes del mundo y en distintos momentos de la historia.

En esta era donde incluso se bromea que las nuevas generaciones nacen con un teléfono en la mano, contamos con el mayor acceso a la información que nunca antes se haya tenido en la historia de la humanidad… pero también de la desinformación. Las redes sociales han jugado un papel importante en todo esto, pero mas allá de hablar de la facilidad con la que se puede caer en “fake news”, quisiera compartirles mi preocupación al ver que -acostumbrándonos a la inmediatez que nos brindan tantas plataformas- se merma cada vez más nuestra capacidad de cuestionar, de tener pensamiento crítico, de matizar, de racionalizar. La polarización actual en tantos espacios sociales hacen todavía más difícil estos ejercicios, pues pareciera que aquí no importa analizar lo que una persona diga, sino saber “de qué lado están” y si no están de tu lado, aunque digan que el agua moja, habrá quien lo niegue. Además del egocentrismo e individualismo al que nos acostumbran. Ya no hay razón sino un concurso de popularidad, a través de likes y follows se gana un debate y elaborar argumentos no es necesario, basta con enfatizar que pertenece “al bando contrario” entre insultos y denostaciones. El sesgo de información, la censura a la pluralidad de ideas, el castigo al equivocarse o cambiar de opinión, el miedo a expresar lo que se piensa es consecuencia de lo anterior. No me parece coincidencia que mayormente sobre quienes caiga todo el peso de la ley de la policía del pensamiento sea en las mujeres, lo más preocupante es que sean otras las que se encarguen de ejercer ese silenciamiento, lo más triste es que todo esto ocurra en un momento donde las mujeres aún no confiamos en el poder nuestras palabras. Sumado a las personas que satanizan (a las mujeres, por supuesto) el tener curiosidad, querer informarse, querer cuestionar, escuchar, leer, saber, entender… ¿Cómo no ver esta clara intención de sumirnos en la ignorancia supina? ¿Cómo no ver que es mas fácil manipular a las masas bajo los términos y condiciones que se están imponiendo en todos los espacios? ¿Cómo no ver que esas masas somos las mujeres mientras tenemos de frente un desmantelamiento de las victorias obtenidas en décadas de lucha, cuando nos sigue aplastando una ola de violencia, abuso y desigualdad sin que a nadie parezca importarle de dónde viene y por ende, cómo pararla?
“Si el conocimiento es poder, entonces el poder es conocimiento y un factor determinante de la posición subordinada de las mujeres. Es la ignorancia sistemática que el patriarcado nos impone.”
Kate Millet
Esos vistazos a lo que era la vida momentos antes de la consolidación de ese nuevo mundo que se expone en “El cuento de la criada“ son perturbantemente relacionables a numerosos eventos que están pasando ahora mismo y admitir la posibilidad de que esa distopía que narra Atwood exista, es doloroso y escalofriante. Me siento culpable al reconocer que cada vez que una compañera celebra lo que se percibe como un triunfo de esta lucha diciendo que “el patriarcado se está cayendo”, yo enrolle los ojos pensando que está más vivo que nunca. Sin embargo, hasta ahora me lo había guardado porque defiendo la idea de que esas pequeñas celebraciones muchas veces nos dan esperanza y fuerza para seguir tratando de enfrentarnos a este sistema y todo lo que lo sostiene, pero debemos tener claro que eso será una tarea cada vez más difícil si permitimos que nos convenzan de que no debemos incomodar, que debemos servir a terceros, que el feminismo no sirve si “solo” vela por la mitad de la población mundial, que no debemos cuestionar sino repetir dogmas, que no debemos hacer críticas porque eso es de “mujeres malas”, que no debemos informarnos porque eso de es “burguesas”, que no debemos expresar lo que nos salga del pecho, que no debemos analizar sino dejar que nos digan qué pensamos. Prestemos atención.
Pienso que no somos completamente conscientes del momento histórico en el que estamos situadas, que no hemos profundizado en las consecuencias de esos “pequeños sacrificios” que nos piden ceder para lograr ese bien común que no va a resultar favorable para nosotras, que no termina de quedar claro dónde debemos depositar nuestras alianzas y votos de fe. ¿Quién nos hizo pensar que la voz de una mujer, la que sea, es un peligro para la lucha feminista? ¿Qué nos hace creer que callar a las mujeres es parte del proceso de la caída del patriarcado? Andrea Dworkin decía que entre más cerca se esté del núcleo (del patriarcado) más fuertes serán sus embestidas, me aferro a pensar que esto es verdad y que no estamos mirando el borde de un abismo. Es intolerable ver la saña y la crueldad con la que tratan a tantas mujeres, cansa y asusta, pero entiendo que ese es el punto. Confío en que podemos con esto, porque quiero seguir confiando en las mujeres.
A todas las que resisten, nolite te bastardes carborundorum.
