Tierra Fértil
Este encuentro esta concebido con una base feminista y psicoterapéutica para encontrarnos en lugares profundos de emancipación, subiremos el cerro de Malinaxóchitl, haremos una dinámica en agua, nos adentraremos al bosque con una fogata y volveremos al refugio para recordar, sanar y liberar todo aquello que necesitamos sanar para poder avanzar, libremente.
Un espacio seguro, de inmersión, para trabajar en ti, subir la montaña, renacer sostenida por el agua, danzar al fuego, acuerparnos, comer delicioso, despertar con el sonido de las chicharras, llorar memorias y soltar lo que tiene que ser soltado, para poder reencontrarnos con las partes de nosotras que ya nos están esperando, renovadas y en armonía con la conciencia feminista que estamos gestando.
Un encuentro de Autoconciencia Feminista
5, 6 y 7 mayo 2023
Malinalco, Estado de México
Testimonios
Vanessa Amezcua
Tierra fértil, fue ese oasis que fungió como espacio de encuentro en el que dieciséis mujeres hicimos tribu.
Nosotras, aparentemente muy distintas en edad, personalidad, fenotipo, profesión, lugar de residencia y contexto, sin embargo, bastó darnos un tiempo para compartir(nos), para observar sin juicios ni máscaras, para escuchar con empatía, para danzar hasta enraizarnos, para volver al agua y contactar con nuestro útero, para honrar a las ancestras, para mirarnos a la luz del fuego y hermanarnos, para permitirnos reír y también llorar, para acuerpar las dudas y soltar lo que ya no te hace bien, para ser cobijadas por las otras y sobre todo, para reflexionar intelectual y afectivamente de esas cosas que nos conmueven tanto, de todo eso que nos atraviesa a diario.
En el proceso de autoconciencia caminamos de la mano de Andrea y Elisa, fuimos guiadas hacia una experiencia personal y colectiva feminista, comprendimos que “lo personal es político” y exige “transitar de la queja a la vindicación”.
Después de ese fin de semana no se puede volver a ser la misma, por muchas razones, especialmente porque en el encuentro resonaste con otras mujeres, tejieron una red de sororidad, descubriste que formas parte de ti, de ella, de todas.
Sandra Cara
Reconozco que llegué con un poco de miedo, quizá por no conocerlas, quizá por nunca haber participado en un retiro. Quizá, también, por la edad. Algo en mí me decía que iba a ser la mayor del grupo y, así fue, por lo menos en edad. Pero lejos de ser un impedimento u obstáculo, esos 56 años nunca fueron un peso o freno. Al momento de poner un pie en ese mágico y sagrado lugar, dejé de ser la mayor, dejé de ser ese yo cargado de prejuicios e inseguridades, para dar lugar al nosotras. Ese “nosotras” fue la constante de esos tres maravillosos días en donde el amor de las mujeres en su forma más pura me cobijó y abrazó, brindándome la confianza para simplemente dejarme ser. De la mano de Andy y Eli reí, lloré, bailé, nadé, me senté alrededor de la fogata, conté historias, mis historias, comí (por cierto, delicioso), dormí plácidamente y, encontré a mi manada. Viví ese momento tan deseado de experimentar la certeza de haber llegado, de que había encontrado esas voces, ese eco que resonaba en mí y que buscaba salir y envolver con las palabras, la emoción, los sentimientos y el conocimiento a mi niña interior, a la mujer y a mis nuevas hermanas. Gracias a todas y a cada una por lo que sembraron en mi, por lo compartido, por su escucha, por sostenerme y apapacharme con su presencia, palabras, y lágrimas: Las abrazo!
Rebeca Díaz Pardo
“¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”
Fragmento de La vida es sueño de Calderón de la Barca
Cuando volví del encuentro Tierra Fértil tuve esta frase rondándome en la cabeza varios días porque sentía que era Segismundo (el protagonista de La vida es sueño) cuando despierta del que cree que fue un sueno para encontrarse con su vida cotidiana lejos de ese paraíso que pensó que había soñado. Y sí, esos tres días en Malinalco los viví como un sueño alejados del día día , del vaivén de la ciudad, acompañada de mujeres maravillosas que nunca en mi vida había visto y en las cuales encontré confianza, apertura, escucha, aprendizaje, intercambio, e inesperadamente reflejos de quien soy yo, tan parecidas y tan diferentes a mí.
Unos días antes del encuentro me sentí como una niña antes de su primer día de clases, reviví todas las expectativas y los miedos que sentía antes de entrar a una nueva escuela. ¿Les voy a caer bien? ¿Voy a encajar? ¿Voy a hacer amigas? ¿Me van a caer bien las maestras? Desde los primeros 5 minutos mis miedos se disiparon, ya en la van viajera Tania y Aida me adoptaron, se abrieron a contarme sobre sus vidas, sus preocupaciones, sus vivencias. Desde antes de pisar Malinalco ya me empecé a sentir parte de la tribu y a lo largo de esos tres días y con el ambiente tan seguro, tan libre, que Elisa y Andrea construyen con su magia y su sabiduría, todos mis miedos se esfumaron, incluyendo el miedo a los alacranes. Estando sola no me enfrento ni a uno recién nacido pero con mi tribu, puedo enfrentar al ejército de alacranes más mortífero…y en general así me sentí, que estando juntas no hay montaña demasiado alta o patriarcado demasiado arraigado.
A diferencia de Segismundo, tengo la alegría de saber que no fue un sueño, que aun nos tenemos, que sólo estamos dispersas y que es cuestión de tiempo para volvernos a encontrar.
Nos vemos pronto, pronto.
Mimi Sanve
Y una a una fuimos llegando, con miradas y sonrisas de empatía nos recibimos, y rompimos el hielo de inmediato, platicamos de cómo habíamos llegado ahí, de donde veníamos, de León, Monterrey, Querétaro, de la ciudad y el estado de México, de Cancún… de Veracruz, Morelos y San Luis más tarde lo sabríamos. En el camino comentamos de la comida y el clima, había diferentes y divertidas charlas, ni nos dimos cuenta que el camino tomo 2 hrs.
Y entonces llegamos, y frente a la montaña, las chicharras y el abrazo de las mujeres medicina que nos guiarían y acompañarían nos dieron la bienvenida.
Y la magia no se hizo esperar…
Abrí mi alma, corazón y mi útero, el centro de mi ser.
Y vi a la primera ancestra con su atuendo blanco que emanaba sabiduría, dulzura, infinito amor y guía, y tocaba el tambor y me abrazaban, y nombre e invoque a todo mi linaje, a mis sabias ancestras; hable con mis abuelas y tome sus cálidas manos.
Embalsame mis heridas, confíe, deje existir a mi mujer salvaje, le di voz. Me permití ser y estar, gozar y sanar.
Baile, baile, sentí temblar la tierra, activando la energía de mis ovarios, bailé y bailamos, sanamos, amamos, gozamos.
Recibí todos los abrazos que me habían hecho falta en la vida, y me quedo sostenida en el abrazo colectivo, lleno de amor recíproco, para los días de resistencia o como un amable bálsamo, que reafirma que no estoy sola, que tengo tribu, que lo personal es político, que la lucha y la sanación es en colectivo, que el pensamiento crítico es tanto hacia afuera como hacia adentro.
El amor entre mujeres sana y existe.
Y habitamos el útero de la madre tierra, que acaricio cada sentido; regalándonos hermosos visuales de la montaña, las flores, aves majestuosas de muchos tamaños y colores, emitiendo sus cantos a dueto con las chicharras, el olor a copal y petricor nos abrazó esa primera tarde de lluvia; variedad de sabores para el deleite del paladar, que incentivaba a interesantes y diversas charlas y risas, que parecían no tener fin, compartimos experiencias, señalamos opresiones, empatizamos con nuestras historias, contemplamos la Luna juntas, creando vínculos, y nuevas memorias, todas compartimos sabiduría.
Con retos y lecciones misteriosas la madre tierra nos gestó con amor, y nos vio cumplir el ciclo vida-muerte-vida. Conectamos y existimos con los elementos; ardimos en fuego, fluimos en agua, elevamos al viento nuestras voces, resonamos, hicimos eco, nuestro útero echó raíces, brotamos como flores de la tierra fértil.
Y así fue como nos re encontramos, únicas, humanas, diversas, divinas; nos reconocimos a nosotras mismas en las otras, en su dolor, en sus miradas, en sus lágrimas y en sus hermosas sonrisas. en su grandeza y existencia humana.
Solo estábamos dispersas, y aquí nos encontramos como tribu, como hermanas. Y danzamos y hablamos y abrimos el corazón y el alma, y la abuela Luna nos acompañó cada noche, y movió nuestras energías, nos llenó de sabiduría, de magia, reafirmó a la Loba, a la mujer salvaje que nos habita, a la Diosa.
Y así fue como lo sentí todo, la ternura radical, el amor entre mujeres, la fuerza y la magia que nos habita, y ha sido uno de los regalos más significativos de mi existencia humana.
Gracias hermanas por ser y estar.
Las abrazo por siempre.
María Urquiza
En la Facultad de Psicología de la UNAM, era frecuente escuchar que “lo afectivo es lo efectivo”, y quien me conozca sabe que vivo por esta máxima. Incluso antes de la carrera, mi vida se ha tratado acerca de profundizar en alguna versión de esta idea y de buscar experiencias que me ayuden a comprender y ampliar su alcance. Sin embargo, fue completamente inesperado para mí que el 6 de mayo del 2023 quedara marcado como uno de los días más importantes de mi vida, y resignificara por completo una convicción que, hasta entonces, había practicado de manera más bien individual. Aún no alcanzo a apreciar la magnitud de su impacto, ni distingo claramente sus efectos, pero estoy segura de que así va a ser.
Mi primera intención en Tierra Fértil era más teórica que de trabajo personal. Ya en mi incipiente recorrido, intuía la importancia de esta dimensión en la vida feminista, pero jamás me imaginé que el feminismo pudiera sentirse así. Para no entrar en detalles, resumiría la experiencia como un contacto con algo del orden de lo sagrado. No de manera metafísica sino como un movimiento que partió de lo más íntimo de mí, para unirme, intensamente, con la intimidad de las demás, y fundó una suerte de familia. Pero ¿cómo pueden ser hoy mis hermanas, un grupo de mujeres que conocí la tarde anterior? Ellas me regalaron su tiempo, me acogieron, fueron testigas activas del instante en el que hice insight y logré anudar una historia trabajo interior, con mi dolor más profundo, oscuro y actual. Me ofrecieron el ambiente propicio para mostrarme a carne viva, porque ellas lo hicieron también, y pasamos tres días en completa transparencia, acompañándonos plenamente. No hubo ni un segundo de juicio, de competencia, de hostilidad, y ni siquiera de extrañeza. Había confianza absoluta, cariño sincero y empatía. La palabra esta vez no me alcanza para describir lo que viví, pero lo más cercano sería un renacimiento.
¿Extrañas? ¿hermanas? ¿compañeras de viaje? Son curanderas, son estudiosas, son buscadoras incansables que están dispuestas a romperse por completo con tal de seguir creciendo para sí mismas y para sus entornos. Son tierra fértil ¿cómo les agradezco? No es posible hacerlo verbalmente. Lo sé porque lo intenté, y me quedé corta. Creo que lo mejor que puedo hacer es tratar de replicar su disposición y calidez con las mujeres que me lo permitan.
En este encuentro, resonó con toda su fuerza la exclamación de que lo personal es político, y más aún, de que lo político es personal; trabajo personal. Duro, desgarrador y profundo, pero acompañado. Por primera vez tuve en experiencia algo que ya estaba en la intuición: el feminismo sí combate lo que nos afrenta, pero no es lo único que hace. El feminismo nos une, y en esa unión, podemos repararnos, descubrirnos, inventarnos y expandirnos. El feminismo nutre y consuela, lo mismo que nos despierta y nos avienta a la batalla. Y es que eso era lo que yo privilegiaba en mi imagen de la vida feminista: la resistencia, la confrontación, la elaboración teórica y la defensa mutua. Ahora me doy cuenta de lo parcial que era esa idea. El feminismo es mucho más que la lucha contra el sistema opresor: el feminismo es una fruta, con una cáscara muy amarga, pero en cuyo corazón se encuentra la máxima dulzura.
Gracias, Lunas, en verdad muchísimas gracias.