REFLEXIONES FEMINISTAS

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Texto: Yadira del Mar | Edición: Tessa Galeana

Desde hace años ya he hablado, escrito, pensado mucho en el autocuidado y el amor propio, escribir sobre ello, teorizarlo, es también muy enriquecedor; sin embargo, llevarlo a la práctica es todo un reto, porque vivimos dentro de una estructura que constantemente nos arrebata la autoestima, que aun viviéndonos lesbianas, reproducimos la heterosexualidad y el amor romántico en nuestras relaciones y con ello, nos ponemos también en esa trampa de perdernos dentro de esas dinámicas.

Después de haber vivido una relación con violencia emocional, surgen tantas rupturas, tantas emociones, tanta confusión y, por supuesto, surge la pregunta ¿Quién soy yo? Viví una despersonalización, donde cuestioné y sigo cuestionando qué tanto perdí en ese proceso, qué tanto es mío y qué tanta es la culpa que existe después de saberse lastimada por alguien a quien quise mirar como mi igual, hubo momentos en que era incapaz de reconocer mi rostro y que el espejo no me devolvía mi imagen, solo era capaz de ver un rostro desconocido, con ojeras, sin color, con lágrimas corriendo por mis mejillas.

¿Cómo volver a mí? ¿Cómo reconocerme en medio del dolor? ¿Cómo conectar de nuevo con mi fuego interno? ¿Cómo habitar mi cuerpa, mi territorio, mi espacio, mi verano? Muchas dudas, pocas respuestas. El tiempo —me decían mis amigas que sostuvieron mi llanto por casi dos meses— el tiempo, poco a poco va a pasar, pero ¿cuándo? Preguntaba yo, siempre sus amorosas respuestas eran que tuviera paciencia, cosa que me parecía imposible en medio del huracán que azotaba mi vida, pero todas y cada una de ellas tenía razón, el tiempo, la paciencia, la autocompasión, pero también su compañía, su escucha activa, sus palabras, su amora y la red que creamos.

A la par, me tocó silenciar el mundo, reiniciarme, mirarme nuevamente, saberme dueña de mi vida, de mi tiempo, saberme libre, ya nunca más atada a la Torre H, departamento 501 ¿mis estrategias? Llorar, llorar mucho, descargarme, gritar, sentir que la garganta no me daba para más, descansar, sólo existir. Los primeros días fueron así, llenos de dolor pero, el tiempo, si algo he aprendido de las plantas, que también acompañan mi camino, es que el tiempo y el cuidado son los mejores aliados, después, salir a caminar al campo de la mano de la mujer que me ha parido varias veces —mi mamá—, abrazar un pirul, pedirle que me permitiera volver a mí centro, que me permitiera saberme de raíces fuertes, pedirle que me diera de esa, su sabiduría milenaria, para enfrentar la oscuridad que parecía no querer irse de mí. Comer sandía, leer, contar la historia mil, dos mil, tres mil veces, las que fueran necesarias para que se empezara a gastar y con ello fuera perdiendo el poder sobre mis días, limpias con albahaca, romero, ruda, reconectar con la raíz que estaba lastimada, pero nunca rota, seguir mirándome al espejo, empezar a observar mis ojos grandes, mi sonrisa dadora, mi piel morena, despojarse de lo que se era, me corté el cabello, redescubrí mi rostro de rasgos fuertes, esencia de lavanda al dormir, bordar y mirar los colores apareciendo de nuevo en mi rutina, reírme con mis hermanas, entrar al temazcal, permitirme llorar de nuevo, escribir mis sueños, seguir pensando ¿Quién soy?

Ahora con más certeza, con más calma, se ha ido el sufrimiento, le di la bienvenida a la tristeza, una que sé me toca vivir, regresando a mí, siendo cálida conmiga, amorosa, reaprendiendo de las heridas, sabiendo que hay cosas que nos toca aprender y que ese aprendizaje, no es gracias a quién nos daña, sino a nosotras, que somos una primavera salvaje, llena de flores creciendo de donde alguna vez brotaron espinas.

#SomosLuna

Jul 26, 2021 | Feminismo

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